El 25 de diciembre 2001, el día de la Navidad, Dr. Tomatis falleció. Unos días después, su esposa Léna, quien ha apoyado a su marido durante muchos años, escribió una reseña en honor a su marido.“Ojalá pueda terminar la misión que me ha sido encomendada”
Queridos amigos: De esta manera se expresaba mi esposo en el epígrafe de su autobiografía “El oído y la vida”, eso fue en 1976. Veinticinco años antes este sendero hacia la luz ya había comenzado. Veinticinco años después termina su carrera con un esfuerzo final donde el dolor está en pleno apogeo. Tenía prisa por encontrar la paz en su cuerpo y alma que tanto habían sufrido en el transcurso de estos cinco años. Yo lo he seguido paso a paso en este camino hacia la eternidad, así pude apreciar la gran misericordia que siempre tuvo, día y noche, aceptando estas pruebas sin quejarse nunca y sonriendo desde los más profundo de su desesperanza. Me acordé entonces de las numerosas reflexiones que solía expresar en el momento en que más lo necesitaba, inspirándose en aquello que recibía de las alturas. Con una humildad que se distinguía por la más grande sencillez, no hablaba jamás de sus ‘descubrimientos’ que siempre consideró como evidencias. Según él, lo que encontraba, le era ofrecido con el objeto de transmitir el maná a los seres humanos, del cual se benefició desde su infancia. ‘Recibirlo todo para darlo todo’ Tal era su lema. Este alimento providencial y milagroso enviado por el cielo, lo ponía siempre al servicio del prójimo con una generosidad que la mayor parte de sus pacientes y de sus alumnos han podido apreciar durante su existencia. Yo acostumbraba decir que a menudo él estaba a trescientos metros sobre el suelo mientras yo trabajaba infructuosamente en tierra. Pero a veces yo tomaba el ascensor para ir a su encuentro en las alturas donde hacía bien viviendo lejos de las bajezas de este mundo. Allá podíamos platicar sobre el porvenir de todos aquellos que solicitaban nuestra ayuda. Abrigado de esperanzas, Tom no olvidaba nunca a aquellos que padecían de un malestar que podía calmar. Su sentido del deber siempre lo acompañó. Cumplió ésta misión de modo magistral y no pienso que se haya ido dejándola inconclusa. Pasó por la tierra haciendo el bien a los pobres y heridos de este mundo, de una manera muy particular. Su inteligencia chispeante e intuitiva lo condujo a aliviar hasta el sufrimiento más profundo. En el corazón de su vida de trabajo ponía lo bello al servicio del bien. Llevó a cabo lo que podía hacerse y lo que debía hacerse, incluso más allá de toda dimensión humana, en un espíritu de solidaridad, dando testimonio de su inmensa bondad. Esta misión debe proseguir, pues nuestra sociedad carece en ciertos ámbitos de las técnicas que hemos desarrollado y que podrían ser eficaces. Ya sea que se trate de la medicina, de la psicología, del arte o de la música, los trabajos emprendidos por mi esposo deben difundirse más allá de toda frontera con el fin de ser reconocidos por las instituciones concernientes a estas investigaciones. Quisiera insistir en su fe, especialmente durante sus últimos cinco años de padecimientos físicos y morales. Por esta fe, confiado y apacible, se dejó conducir por Dios en una última etapa de abnegación total que aceptó dejando triunfar el amor en su afligido corazón. De una manera discreta, para la gran mayoría, vivió la sabiduría de la cruz en forma eminente. Para contemplar el universo y primeramente para escucharlo, no sólo transmitió técnicas y teorías, sino ante todo un espíritu de servicio entre sus alumnos, sus colegas y sus pacientes, nutrido por el amor al prójimo. Para él, es el término de un largo peregrinaje con momentos de sufrimiento para conseguir finalmente escuchar en su totalidad a Dios, a quien buscó toda su vida. Nos dejó el día de Navidad. Es una gran prueba aceptar este paso en la muerte de un esposo muy amado, pero por parte de Dios, que día más hermoso para venir por su hijo y hacerlo renacer en plena vida divina. Léna Tomatis Traducido por Christian Rivera |
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